Que pena la gente que busca culpables en cosas, en actos que nosotros mismos tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Que no asume con firmeza los errores que cometen, que se refugian en sus padres cuan fueran mocosos de 8 años, que por miedo a que los puedan retar, no sean capaces de afrontar la verdad y asumir las consecuencias... Y así algunos quieren ir a la universidad... todavía viviendo en el nido de sus padres, al alero de ellos, muy apegados, como recién nacidos.
La vida no es así, ya no debería ser así. Si la cagamos, dar la cara, si alguien cometió un error, no condenarlo. No somos dioses para hacerlo, no tenemos el derecho de juzgar a alguien si se equivoca, y más aún si ni se sabe cómo fueron las cosas.. Somos seres humanos y cometemos errores, los cuales podemos remendar. Cometemos error hasta en eso... al creer que podemos atacar a la gente que ha cometido errores. Por eso el mundo está tan mal, porque todos se creen en el derecho de juzgar cuando alguien se equivoca... y de manera tan estúpida, arrebatada, y por puras TONTERAS.

Todo sería más fácil si dejaran de actuar sin pensar, o dejaran atacar pensando con el corazón, y no con la cabeza. La ira ciega. Nadie es perfecto, cualquiera se equivoca, y CUALQUIERA puede entender mal las cosas. Y también existe la mala suerte de tener padres que no te apoyan como debiera... porque nadie dijo que todo tenía que ser perfecto ni fácil. Porque nadie jamás dijo que tenías que ser aceptado por todos, apoyado por todos, porque el mundo no funciona así. Lamentablemente jamás ha funcionado así. Es por eso que poco a poco nos vamos matando. Nos vamos matado creyendo que la verdad está en las cosas imposibles (aunque suene feo y fuerte, e incluso pesimista, es la verdad), tales como en los arrebatos, la convivencia perfecta de un grupo curso... esperar que unos sean buenos compañeros con otros cuando ni siquiera se lo merecen: Así como el respeto uno se lo gana, sucede lo mismo con la fidelidad y el compañerismo. Nada se gana así como así, y ahí está el error. En creer en eso, y en juzgar e incriminar por el mismo hecho.

Porque la verdad no es de nadie, de absolutamente nadie

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