Carpe Diem.
¡Oh! Vivir el día a día, disfrutar de todos los momentos, arriesgarnos para conseguir lo que más queremos. ¡Claro! ¿Cómo decirte todo lo que te quiero? ¿Lo que te extraño…? ¿Lo que te recuerdo y lo que te pienso? Ojalá aquello fuera tan fácil como adquirir la determinación de vivir en plena felicidad, siempre con una sonrisa al prójimo, siempre viendo con buena cara a los problemas, siempre encontrando la solución a ellos, siempre teniendo algo que decirles a tus amigos como palabra de aliento en los momentos difíciles. Ojalá fuera así de fácil expresarte todo lo que te pienso, todo lo que te recuerdo, todo lo que te quiero, todo lo que eres para mí. Ojalá fuese más fácil de lo que me permite esta incertidumbre, esta inseguridad y esta tristeza. ¡Hay tantas cosas que me impiden decírtelo! Pero a la vez, estas cosas se convierten en enormes razones para sí decirlo. Un día muy próximo te irás, la distancia será una de las peores cosas que le puede suceder a un corazón enamorado, algo que daña las esperanzas, que alimenta el arrepentimiento, el conformismo, que representa de maravillas el dilema de esta vida. ¿Arriesgarme o no arriesgarme? Mi vida entera diría que sí, pues lo peor que puede suceder es arrepentirse por las cosas que nunca se hicieron. ¡El arrepentimiento de haberlo intentado se vuelve un premio de consuelo, una tranquilidad al alma! Pero aún así, a pesar de todo esto, a pesar de cómo vivo mi vida, a pesar de todo lo que la valoro, a pesar de que muchas veces al día siento un temor dentro de mí que se traducen en gritos de súplica para que lo haga, pues mañana puede ser tarde, aún así, en este momento no sé qué hacer, ni dónde, ni cuándo. Solo tengo muy claro que aún seguiré pensándote, aún cuando tú ya no me recuerdes, cuando deseches de tu memoria mis ojos, mi pelo y mi semblante. Tú te irás y yo me quedaré con los recuerdos, quienes me acompañarán en el camino de la vida. Quizás en el momento en que me olvides yo pasaré a ser dueña de tus recuerdos, entonces sabré en qué fallé. Quizás ese día del demonio me dé cuenta de que debí haberlo intentado de la manera en que mi vida lo pedía a gritos, pero ya en ese entonces, sólo quedarán recuerdos, recuerdos que ojalá fueran suficientes para el arrepentimiento. Los suficientes para alimentar mi hambre, mi ansiedad de tu presencia, de los momentos divinos. Los suficientes para sentirme tranquila de que me acompañarán por siempre, para olvidarte tranquilamente, sin temer a que con el tiempo me extrañes y me quieras de alguna forma parecida a la que yo te quise alguna vez. A la forma en que te quiero ahora, hoy, en este minuto.
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